domingo, 18 de febrero de 2007

Y un jamón

Era evidente que mi autoimpuesto celibato tendría efectos secundarios. Tras semanas evitando todo contacto con mujeres, y habiendo fracasado estrepitosamente en mi intento de establecer relaciones anónimas vía internet, necesitaba hablar con alguien. Y he ido a encontrar respuestas donde menos las imaginaba.

Urpiano, el dueño del nuevo bar, ha resultado ser todo un personaje. Al principio he intentado mantenerme al margen. He pedido una copa de vino y un poco de jamón. Al llevarme instintivamente la copa a la nariz me ha sorprendido un cierto toque a madera, roble quizás. Algo totalmente inesperado en una tasca con esa pinta. Junto a la copa había una botella de Protos, coseña del 2004, recién abierta. Me he fijado en el jamón cortado en lonchas no demasiado finas, veteadas y brillantes. Mientras me echabva la mano a la catera para ver si podría pagarlo, Urpiano me miraba de reojo mientras limpiaba el cuchillo y cubría cuidadosamente con un trapo grasiento un jamón de Guijuelo de unos 6 kilos. Como si me leyera el pensamiento ha dicho entre dientes:

- Con esa cara que me traes, no ties día pa tintorro y jamón de plástico.

Y ha seguido a lo suyo. Media botella depués, y con dos platos más de jamón entre pecho y espaldas, parecía que nos conociéramos de toda la vida. He empezado explicándole lo desolador que es reconocer tu incapacidad para mantener relaciones prolongadas. Cómo las mujeres entraban y salían de mi vida sin tomarse tiempo para conocerme. Hasta qué punto me dolía no recordar el nombre de la mayoría de chicas con las que he estado, y más aún el saber que ni les importa ni seguramente recordarán mi nombre. Le he explicado cómo fui alejándome lentamente del camino que mis padres imaginaron para mí. Mi madre decía que alguien tan guapo como yo debía ser actor, presentador de televisión o médico. A mí me daba miedo todo lo que implicara aparecer ante la gente y no acababa de ver cómo mi físico me ayudaría en la medicina, así que me centré en los deportes. En el colegio jugué a fútbol y a baloncesto hasta que empezaron a ir demasiadas chicas a los partidos. Entonces me ponía nervioso y no daba una, pero ya era tarde para volverme un chico estudioso y tuve que optar por sacarme el bachillerato como pude y optar por una carrera en la que no pidieran mucha nota. Siempre me había gustado la química pero la profesora de biología era muy atractiva, así que escogí ciencias mixtas (en letras había demasiadas chicas). Cuando tuve que escoger carrera me decidía por estudiar económicas en una privada, pero al año no pude soportar la presión (un profesor con sotana me miraba muy raro) y acabé haciendo un curso de prevención de riesgos a distancia. Ahora trabajaba en una aseguradora haciendo evaluaciones de riesgos, principalmente para empresas químicas y farmacéuticas. Veía instalaciones, repasaba análisis de residuos, hacía informes... Pero eso no era lo que quería contar. Mi problema era que no podía... ¿De qué estaba habando? Urpiano me escuchaba emitiendo algún que otro gruñido y añadiendo aquí y allá algún comentario sobre no sé qué tía del pueblo, un sobrino y una matanza de gorrinos en el 72. Su última frase fue más o menos...

- Yo de chicologías no entiendo. Pero si alguien es pa ti, es pa ti. Y si no, puerta.

Ojalá mi padre diera tan buenos consejos. Le di las gracias prometiéndole que iría más a menudo a charlar y le pedí la cuenta. 10 euros. Me había ventilado casi una botella de Ribera del Duero y medio pata negra y me cobraba diez euros. Sin duda le había caído bien. Dejé 20 euros literalmente pegados sobre la barra y me fui dando tumbos. Al salir a la calle, el aire fresco me despejó lo suficiente para percatarme de que me estaba meando. Hubiera podido volver, pero me daba vergüenza. Igual se pensaba que volvía a por el cambio. Así que me armé de valor y entré en el otro bar, el de las luces azules y la pianista.

Pasé corriendo al baño sin que me viera nadie. No quería encontrarme de morros con alguna de esas camareras tan atractivas. Mientras me aliviaba, pensaba en lo que haría en adelante. Seguiría con mi plan de conocer gente a través de internet. Encontraría a alguien que sí que fuera para mí y lo sabría porque se enamoraría de mí por lo que soy, no por mi físico. Y siempre que pudiera iría a ver a Urpiano, disfrutar de su excelente bodega de vinos y jamones y escuchar aquellos gruñidos. Qué curioso. Me parecía estar oyéndolos en ese instante. De hecho... Juraría que venían de... la papelera. Me acerqué a la papelera y, efectivamente, unos extraños gruñidos surgían de ella al tiempo que el montón de toallas de papel vibraba. Aparté las toallas y... encontré un móvil.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Picio ha encontrado el móvil!. jeje.

Por cierto, gran vino el que se ha bebido. Me ha dado hasta envidia. ;D

dalr dijo...

Lo encontré, lo encontré... Ahora habrá que ver qué hago con él. Respectoal vino (y al jamón) es que Picio, para algunas cosas, no es tan tonto como parece... :D

Blueyes dijo...

Vaya vaya con este Picio, en el Urpiano come y bebe y el mio mea...ummm un poco feito eso.
Laura Victoria.

maps dijo...

Es que Urpiano tiene la sabiduría de la gente de puieblo.

Irene dijo...

darl, yo si fuera Picio repasaba su agenda a ver que siniestros números tiene contactados y luego llamaría al más chungo de todos a ver que contestan.

Pobre Laura Victoria, a este paso pondrá un cartel en el WC de "solo para clientes" xDDD

Urpiano tiene que ser listo porque hasta se hizo rico con un negocio piramidal xD

dalr dijo...

Lo siento Laura Victoria, es que en la barra hay demasiadas tentaciones... Tal vez Picio se arme un día de valor y pida algo. Al menos, aunque sea por una causa de fuerza mayor, se ha atrevido a cruzar la puerta... A partir de aquí, todo es posible.

gotomax dijo...

En la carrera por "encontrar" el móvil uno ha llegado el primero. Creo que ha sido algo como los gurbis de norma. hasta había un gato tramando qué hacer con el aparatejo vibrador.

gotomax dijo...

Y buen piquito el de Picio. Ese vino es muy bueno.