martes, 27 de marzo de 2007

Miedo

Pitín ya no era el mismo Pitín. Tenía algo de Picio. E incluso del mismísimo Salvador. O quizás era alguien totalmente nuevo con parte de aquellos tres personajes que se habían unido en un instante para darle forma. Era cierto que en el fondo de su alma los temores de Pitín seguían intactos. Tenía miedo. Más miedo que nunca. Pero esta vez sus temores tenían un sentido. Esta vez sí tenía algo que le daba pánico perder.

Giró lentamente la cabeza hasta que sus labios tocaron el pelo de Ona. Ella dormía con la cabeza y un brazo sobre su torso desnudo. La oía respirar. Notaba el calor de su aliento. Y sobre todo aquella fragancia a violetas que lo mantenía a medio camino entre el sueño y la realidad. Aquella fuerza que invadía todo su cuerpo era nueva para él. Se llamaba felicidad y era tan grande que casi le dolía. Sobre todo en el costado. Donde llevaba clavada una bala invisible que le acompañaría hasta el día de su muerte.

Todo había sido muy rápido. No sabía cómo había ocurrido pero de hecho había tomado una serie de decisiones, por primera vez en su vida, que lo habían llevado a aquel punto. Ahora Ona vivía allí. A su lado. Y no quería moverse. No quería hacer nada que puediera cambiar ni un ápice de lo que estaba viviendo. Aquella habitación, aquellas sábanas y el cuerpo de Ona junto al suyo.

Recordaba cada detalle de la noche anterior. Habían estado hablando de muchísimas cosas. Con cada conversación había ido conociendo cada vez más a la mujer que ahora formaba parte de su vida. Sus anhelos. Sus miedos. Sus sueños. Aquellos sueños que compartían desde antes de conocerse. Pero él también había hablado. Había olvidado sus miedos y derribado las barreras que con tan poca convicción había intentado construir para, menuda tontería, protegerse. Seguía teniendo miedo, pero le encantaba sentirse tan vulnerable ante Ona. Ona. Se había acercado a él con aquella sonrisa turbadora, se había sentado a horcajadas sobre sus muslos y lo había besado. Aún podía notar el calor de sus labios. Luego él le había devuelto el beso. Primero en la comisura de los labios. En los ojos. En la oreja. En el cuello. En el hombro. Un caloro sofocante había recorrido su cuerpo. Sus manos se habían enredado en el pelo de Ona y luego dibujaron su silueta hasta llegar a la cintura, para volver a subir llevándose con ellas la camiseta.

Mientras ella le revolvía el pelo había apollado la mejilla contra su pecho y oía latir con fuerza su corazón. Y con cada latido la iba colmando de besos y caricias mientras la ropa de ambos iba cayendo a ambos lados del sofá. Habían hecho el amor lentamente, casi con devoción en el sofá. Y luego otra vez en la habitación, esta vez de un modo más apasionado. Ahora conocía aquel cuerpo mejor que el suyo. No había un solo rincón que no hubiera besado y acariciado mil veces. Ni un sólo lunar que le resultara extraño o desconocido. Aquel cuerpo era una extensión de sus manos y de sus labios y ahora sabía lo que era el miedo de verdad. Miedo a que algo rompiera aquella magia que los mantenía unidos. Miedo.

Sí. Sin duda había sido el miedo lo que lo había tenido atenazado todo aquel tiempo. Había tenido miedo a encontrar alguien así y perderlo como había perdido a tanta gente antes. Pero por fin sabía que su físico no había tenido nada que ver en las pérdidas anteriores. Había sido el miedo. Estaba tan convencido de que sólo su físico le había ganado el cariño de cuantos se le habían acercado que, por miedo, no había hecho nada por conservarlos. Ahora que realmente tenía algo que perder el miedo era aún mayor. Pero también tenía un motivo por el que luchar. No se dejaría vencer por el miedo. Pondría todo su empeño en demostrarse a sí mismo que era merecedor de tanta felicidad. Le contaría a Ona su nuevo sueño. Un sueño que nada tenía que ver con los anteriores y del que ambos eran protagonistas. Y luego lucharía por hacer ese sueño realidad. Y para ello tenía que atar varios cabos sueltos. Tenía que solucionar lo de aquel dichoso teléfono. Y eso pasaba por integrarse en aquel extraño club de las noches en vela. Había un enorme misterio en todo aquello y sabía que no se sentiría digno de Ona hasta que no lo hubiera resuelto. Ella era una mujer de acción y él quería formar parte de su vida. Como Pitín, como Picio o como Salvador estaría a su lado en cuantas batallas tuviera que librar. Tenía miedo, era cierto. Pero no estaba dispuesto a vivir asustado.

3 comentarios:

Norma dijo...

Qué bonito!! Picio renacido gracias al dolor y al amor. Un nuevo Picio surje de las cenizas, después de una noche con más fuego que las Fallas de Valencia.
Me ha encantado lo de la bala invisible, y como diría Calamaro, Y todo lo demás también. :)

A salvar el mundo!!!!!

Anónimo dijo...

Pero bueno, A ver si descansais, que esop tantas veces y tan seguío no pue se bueno... amos, digo yo... grrrrrrrrr

dalr dijo...

Norma me alegro de que te haya gustado. Ahora hay que saber si también le ha gustado a Ona. Que salvar el mundo está bien, pero también hay que salvar un poquito a Picio que se está esforzando :D

Urpiano, no se me mosquee usted. Picio es capaz de esto y mucho más gracias a su dieta basada en jamón de bellota y vinos gran reserva. :P