domingo, 25 de marzo de 2007

Primavera


Ona estaba contenta. Los sueños no habían desaparecido del todo, pero por lo menos podía compartirlos con alguien, y ya no sentía que se estaba volviendo loca. Encontrarse con Picio había sido un milagro. Cuando pensaba que había tocado fondo, Picio le había ofrecido un lugar donde recuperarse. Hacía tiempo que no se sentía tan limpia, descansada y bien alimentada. Ya no se quedaba dormida en las clases de la universidad, ni tenían que llamarle la atención los clientes en el Blue Bar, cuando les servía algo que no habían pedido. Por primera vez desde que se fue de casa, se había visto capaz de llamar a sus padres. Pobres, habían estado tan preocupados por ella. Pero no había podido llamarlos antes. Si hubiera hablado con ellos cuando se sentía tan mal, habría sucumbido y vuelto con ellos. Y tenía que seguir adelante. No podía soportar la idea de volver a oir a las vecinas diciendo que era una inútil y que se aprovechaba de sus padres. Cuando volviera, quería que pudieran sentirse orgullosos de ella.
Caminaba por la calle, con paso decidido, como la Ona de siempre. El invierno había sido muy suave, y ahora la primavera desplegaba todo su arsenal de flores y hojas nuevas. Era imposible no sentir la fuerza de la vida en las venas. Ona quería cambiar el mundo: que las medicinas fueran gratuitas para los países del tercer mundo, que los jóvenes pudieran trabajar y cobrar un sueldo digno, que vivir en tu propia casa fuera algo más que una utopía… pero de momento, se conformaría con ir a comprar algo al mercado de Santa Caterina y preparar una buena comida para Picio y para ella. Era lo mínimo que podía hacer después de lo bien
que se había portado.




Picio le había dado una copia de la llave, y le había dicho que podía quedarse con él todo el tiempo que hiciera falta. Al principio pensó que era por educación, y había decidido marcharse al día siguiente, pero aquella noche estuvieron hablando horas y horas. Ona le explicó sus planes para el futuro, sus vivencias en l’Hamsa, la decepción de Liam y la suerte que había tenido encontrando el trabajo en el Blue Bar. Lo agradable que era trabajar en un sitio donde más que una empleada se sentía una más de la familia.
Picio le contó que a él le había pasado lo mismo en el Urpiano Bar. Que Urpiano, aunque un poco brusco al principio, era una gran persona, y que le hacía sentir como a un hijo. Al hablar de Urpiano, se acordó de los grandes vinos que tomaba allí, y le ofreció a Ona un vaso de vino de Rioja.

-No suelo beber mucho, pero bueno, te acompañaré.

Hasta ese momento habían estado hablando en el sofá, pero cada uno en un extremo. Al rellenar la copa de Ona, Picio se quedó a su lado. Tras la segunda copa, la conversación se volvió más íntima. Picio le preguntó porque había estado llorando, y Ona le contó sus sueños. Picio no podía creérselo. Notó un pitido en los oídos.

-Picio, ¿que te pasa? Parece que vayas a desmayarte, ven, estírate. Así, ¿mejor?

Al cabo de un par de minutos, Picio se incorporó, apoyó los brazos en las rodillas, y con la cabeza colgando, respiró hondo un par de veces antes de explicarle a Ona sus sueños, cómo le había alcanzado una bala en aquella protesta a la que habían ido juntos, como sus ojos era lo último que recordaba, sus ojos violetas, como las violetas del perfume que olía cada vez que pensaba en ella.
Ona no podía creérselo. Tenía que ser un truco. Nerea siempre le decía que no podía creerse todo lo que le decían los clientes del bar. Que eran capaces de inventarse cualquier cosa para llevársela a la cama. Pero con Picio era diferente. Lo notaba. De entrada, era tan guapo que no necesitaba inventarse nada. Cualquier chica vendería a su mejor amiga por irse con él. Y después, era imposible que se hubiera inventado los detalles del sueño. Era idéntico al suyo: los caballos, los gritos, los disparos, la sangre, la angustia… Picio fue el primero en romper el silencio:

-Debo confesarte algo.

Ya está. Era todo demasiado perfecto. Algo tenía que fallar.

-¿Qué pasa? ¿Estás casado? ¿Tienes una enfermedad incurable? ¿Eres del Madrid?
-Ja,ja,ja… No, no es eso. Mi nombre no es Picio. En realidad, me llamo… Pitín.
-¿Pitín? ¡Qué clase de nombre es ese!!! Oh, qué más da. ¿Podemos discutir eso más tarde?

Picio estaba relajado, los brazos extendidos en el respaldo del sofá. Su sonrisa hubiera podido iluminar un estadio olímpico. Ona se acercó lentamente, con los ojos medio cerrados, y una sonrisa burlona en la cara. Cuando llegó a su altura, le puso las manos en los hombros y se sentó en sus piernas, una rodilla a cada lado de sus muslos.

-Sí, podemos discutir eso más tarde –dijo Picio.
-¿Mucho más tarde? –preguntó Ona, y le besó suavemente en los labios.
-Mucho, mucho, mucho más tarde –respondió Picio, y entre palabra y palabra, una pausa, un beso en los ojos, en la oreja, en el cuello…

12 comentarios:

dalr dijo...

Glups!

Norma dijo...

La pelota está en tu campo, baby!!!!

Blueyes dijo...

...pensando...que buena escena...pensando...mejor que sex in NY!...pensando...

Auror dijo...

ostia que chulo¡¡¡
vaya historia que se estan montando estos dos, pasando de moviles, conspiraciones... ala a primaverear.
ainsss

Irene dijo...

La primavera la sangre altera. Ese Picio se parece un poco a Bechkam ¿No? :_)

Norma dijo...

Vale, glups, pero te ha gustado????

maps dijo...

Estos dos pasan de conspiraciones, de móviles, de cilindros y de todo... Ellos a la suyo...

Irene dijo...

norma, pues claro

Norma dijo...

Irene, se lo pregunto a Dalr ;)

Blueyes dijo...

juajuajua que bueno...

dalr dijo...

Por supuesto que me ha gustado. Pero lo estoy relelleyendo unas mil veces para ver dónde está el truco, que uno no está acostumbrado a que le pongan así en bandeja una escena romántica para dar rienda suelta al lirismo, la erótica y el desenfreno.

Prontito resigo. Palabra.

Irene dijo...

ahhh! ese glubs era en respuesta a su glubs, jejeje, no sólo le ha gustado sino que lo ha continuado la mar de bien.