viernes, 9 de marzo de 2007

Conectin pipol

Habían sido unos días muy intensos. Bueno. Más bien las noches. Pitín había intentado entrar de nuevo en el chat llamado "El club de las noches en vela". Sin embargo siempre estaba vacío. Probó varias veces por la mañana, al medio día, por la tarde... Nunca había nadie. Había cientos de canales donde elegir, pero la experiencia había sido horrorosa y tenía la intuición de que sólo allí encontraría lo que buscaba. Un buen día, harto de esperar, se fue a leer dejando el ordenador encendido. La novela era maravillosa, pero no acababa de entender a los personajes. Lo que más le gustó es que el protagonista era tan guapo como él. Mientras se enteraba de que era un presentador de televisión (claro, ya le decía su madre que alguien tan guapo tenía que ser presentador) al que incomprensiblemente un león había arrancado una mano, empezó a oir un ruidito raro. Venía del ordenador.

Había dejado abierta la página del chat y, para su sorpresa, se había iniciado una actividad frenética. Decenas de mensajes se sucedían sin parar y, cada vez que aparecía uno nuevo, se oía una especie de golpecito metálico. Como si alguien golpeara una tubería con la punta de un destornillador. Era la una de la madrugada.

En los sucesivos días pudo deducir que aquella gente sólo escribía por la noche. Pasada la medianoche, iban apareciendo y se enfrascaban en variadas conversaciones. A partir de las dos algunos se marchaban, pero otros seguían hasta pasadas las cinco de la mañana. Pitín, Picio en aquel lugar, no hablaba. Se limitaba a leer las conversaciones. Al principio no entendía nada. Hablaban de "sites", "blogs", "flogs", "flickrs" y mil cosas que él iba apuntando cuidadosamente para no olvidar nada. No quería hablar con ellos hasta que no entendiera su idioma.

Un buen día entendió algo. Hablaban de montar una especie de reunión. Y lo más curioso es que el nombre en clave del lugar en el que quedarían, otro chat, suponía Picio, era "El Born". Si hubiera sabido que había un chat con el nombre de su barrio se hubiera apuntado enseguida. Pero ahora que empezaba a entender algo de lo que decían no pensaba irse de allí. Aunque debía ser un chat impresionante porque tenía hasta un restaurante donde la gente iba con caretas y con bolsas en la cabeza. Eso era perfecto para alguien que ocultaba su físico para él.

Las noches se fueron sucediendo y Pitín/Picio empezó a notar los efectos de tanto trasnocher. Ahora estaba muerto de sueño, por la tarde, en su casa, sin una triste conversación que llevarse a los ojos. Para distraerse, empezó a jugar con el móvil que había encontrado en el bar azul.

Cada vez que tocaba una tecla se encendía la pantalla y aparecía fugazmente un texto para apagarse casi al instante. Creyó que se estaba quedando sin batería y salió a comprar un cargador. El empleado de la tienda lo miró con envidia cuando le enseñó el aparato. Debía ser un teléfono muy bueno. O muy caro... Un simple cargador le costó casi 30 euros. El empleado le preguntó si quería un manos libres blutús o algo parecido. Pensando en lo que le había costado algo tan sencillo como un cargador le dijo que no rápidamente. La verdad es que no sabía gran cosa de aquellos aparatejos. Siempre se negó a tener uno. Las chicas en las discotecas le pedían el número y él les daba el de su casa. Cuando le pedían el móvil para enviarle esemeses (¿qué diablos sería aquello?) y les decía que no tenía se marchaban enfadadas, diciendo que si no estaba interesado lo digera directamente y cosas así. Nunca entendió muy bien de qué iba todo aquello, así que se convenció de que esos cachivaches, cuanto más lejos, mejor.

No obstante, la mirada de aquel dependiente le había causado una sensación extraña. Era igual que la de sus compañeros de instituto cuando salía con alguna de las chicas más guapas de la clase. Pero nada hacía indicar que en esa ocasión acabaría llorando solo en su casa porque el teléfono había decidido marcharse con otro. ¿O tal vez sí? El hecho es que el dependiente ya no estaba pero él seguía sintiendo su mirada. No. La del dependiente no. Pero sentía una mirada. Era como si alguien lo observara. Se giró varias veces pero no vio a nadie sospechoso. Tal vez era una sensación normal cuando se tenía en las manos algo que otros codiciaban. Con aquella sensación, entró en el bar de Urbino (rayos, en la puerta ponía Urpiano. ¿Habrían cambiado de dueño?).

Aún no había llegado a la barra cuando vio que Urpiano (sí, sería Urpiano) ya le estaba dejando su copita de vino y se dirigía raudo, cuchillo en mano, hacia la pata de jamón. Aquello le gustó. En esta ocasión el vino era un Viña Tondonia. No pensaba hacerle ascos. Cuando Urpino se acercó con el jamón se fijó en el móvil.

- ¡Ahivá! Igualitico que el mío. Miralo, aquí está.- dijo poniendo un móvil idéntico sobre el mostrador lleno de pringue.
- No sabrás cómo funciona... Es que toco los botones y ni caso.
- Estos de ciudá... Sus compráis las cosas sin saber pa qué siirven. Trae acápacá que te lo disbloqueo.

Cuando le devolvió el teléfono la pantalla estaba iluminada. Urpiano le explicó cómo ver la agenda, hacer fotos (le hizo una foto en primer plano en la que se veía casi feo) y hasta cómo conectarse a Internet. Pitín miró a ver si podía conectar con el chat pero darle a esos botones tan pequeños era difícil y además sabía que no habría nadie, así que desistió cuando le pidió el nombre de usuario. Más interesante le pareció la agenda. Había marcada una fecha, dos días después. Miró a ver si había algún nombre pero sólo encontró una palabra. SISA

Menudo nombre tan raro. Pero más raro aún es que volvió a encontrarla en la agenda de teléfonos. Junto a un montón de iniciales sin sentido, aparecía un contacto SISA. Miró y aquel número era rarísimo. No empezaba ni por seis ni por nueve, por lo que supuso que sería extrangero.

Urpiano siguió enseñándole cosas del teléfono y riendose a carcajadas cada vez que Pitín confesaba no saber nada de teléfonos. Cuando se cansaron, le pidió qué se debía.

- Pa ti siempre un colorao. Y ya sabes que si me vuelves a dejar uno azul como el primer día al siguiente no te cobro, asín que tú mesmo.

A Pitín le hizo gracia y, con las risas, se le cayó la cartera aquel suelo tan asqueroso. Dejó el móvil sobre el taburete, recogió la cartera, sacó diez euros, los pegó en la barra y en el mismo movimiento agarró el móvil. Dedicó a Urpiano un extraño saludo con la mano y se fue directo a casa, esquivando como pudo a un señor desaliñado que miraba al cartel del bar como si hubiera visto un fantasma.

Era tarde y ya quedaba poco para que se iniciara la actividad en el chat. Pero antes debía cargar el teléfono. Sacó el cargador de la caja de plástico, que no había quien la abriera, y lo conectó. Al hacerlo notó que sus dedos no querían despegarse del teléfono. Tenía la base totalmente pringada de aceite y vino. Realmente el Urpiano era un buen hombre, pero un pelín guarrete.

7 comentarios:

gotomax dijo...

Cementooooooo frescoooooo, yeah!!!

Creí por un momento que se habían cambiado los teléfonos sin querer...¿o si?
Jejejejejeje, bonito bonito...

dalr dijo...

Je, je... Todo pudiera ser. Lo que está claro es que, si es así (ahora la pelota está en el tejado de Urpiano y Asis) quien sea que me sigue no lo sabe. En cualquier caso, todo dependerá de si el teléfono dos aparece en el taburete o sobre el mostrador. Cada día me mola más esto... :D

maps dijo...

que de cosas hay hoy sobre mi tejado. Veremos como resuelve Urpiano.

Irene dijo...

Seguro que el teléfono pringoso de aceite es el del Urpiano, pero no creo que Picio se halla fijado mucho en el detalle, desde que se le cayó al suelo.

maps dijo...

Quien sabe como seguirá Irene... Si parece que el teléfono es otro personaje propio más... que locura

dalr dijo...

Sí, sí! Pero tú, por si acaso, ya lo has colocado. Lo que no sabemos todavía es quién tiene el de Asís y quién el de Urpiano... Que alguien saque otro y ya tenemos Asís, un móvil, dos móviles, tres móviles!

gotomax dijo...

Jojojo, qué divertidooooo!!!!

Se me amontonan en la cabeza nuevas cosas para el periplo viajero del gato-cahuevos.
Estoy deseando volver al barrio y verles las caras a más de un@...